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Mostrando entradas de febrero 10, 2014

Lunes. Día de limpieza.

Hoy es día de limpieza. Es lunes y el fin de semana los suelo usar para descansar. Toca recoger y ordenar. Empezaré con tu necedad. Esa las barreré e irán al cubo de la basura. He conocido a muchos necios. Qué manía de ir proliferando por ahí. Pero tú tienes el honor de ser el más grande, el mejor. Te superas cada día. Creo que llevas entrenando mucho tiempo o tal vez ya naciste así. No sé. Pero lo haces genial. Deberían de dar medallas. Te llevarías la de oro. Las palabras e ilusiones que intentaste venderme envueltas en papel celofán las tiraré directamente al retrete. Espero que sean biodegradable y no contamine ningún río. Sólo faltaba que muriesen peces por mi imprudencia. El papel celofán, al cubo de la basura también. Me molesta sobremanera ese ruido que hace. Y el color qué elegiste. Por dios! No hace juego con el sofá. Desentona y rompe la armonía. Y ya por último, tampoco es cuestión de acabar agotada, terminaré por quemar los sueños que con tanto ahínco quisiste que te com

Lucha sin cuartel

Eres hombre hecho ternura que camina para instalarse en mí. Implacable también. Eres un millón de sentimientos que juegan al escondite conmigo. Juraría que eres capaz de hacer que llueva, sólo porque sabes que me gusta la lluvia. Y te quitas los zapatos, para que no pueda oir tus pasos. Para que me coja desprevenida tu llegada. Llegas sigiloso, de puntillas y te cuelas en mi piel y en mi cabeza. No te quiero tan cerca. Me haces sentir vulnerable y no me gusta. Le dí a mis muros más centímetros de grosor, pero tú, cómo un duende mágico, los traspasas. No te paras, nada te frena. Vienes de frente y en cada palabra que te callas, en cada letra que te guardas me haces cada vez más prisionera. Y me atas a ti con cuerdas invisibles. Y lucho por soltarme y a la vez me quedo quieta. Y no quiero y lo deseo. Y te quiero y te reniego. Y te llamo y te aparto. Y te conviertes en  mis instantes. En esos que me llevan a la locura. Para luego borrarlos y así no recordarte. Y eres el agua que quiero

Parada número veinte

El autobús se detuvo en la parada número trece. Ese era su destino todas las mañanas excepto aquella, hoy era día de hacer gestiones y le tocaba ir más allá. La puerta se abrió y entró ella. Se la quedó mirando mientras caminaba hacia él con aire ausente. Su vestido se movía al compás de sus caderas. Los senos que se adivinaban detrás, le produjo un click de auténtico deseo en algún rincón de su cabeza. Aquella mujer llevaba escrita la palabra pecado hasta en el hueco de su garganta. Se fijó en su boca y se vió a si mismo saboreando hasta el último espacio de ella. Ella giró un poco la cabeza y lo miró, pero sin prestarle atención, cómo quién mira sin ver realmente.  Sólo fue un instante. Un segundo. Pero aquella mirada lo partió en dos. Se giró cuándo terminó de pasar y el contoneo de su trasero hizo que sintiese cómo su sangre hervía y le quemara cómo lava de volcán. No recordaba haber experimentado jamás aquél deseo tan intenso. Él era un hombre tranquilo, sosegado e incluso más