Se convirtió en sicario del tiempo. Mató cada segundo de sus días y la mantuvo allí, en esa fotografía. Ella le dijo que no podía ofrecerle lo que él pedía. Y se marchó. Dejándolo expuesto al dolor más insoportable. Y lo único que podía hacer era convertirse en carcelero y hacerla cautiva en aquella fotografía. Y la hacía suya sin tenerla. Sin permiso. Y amaba esos ojos que lo miraban directamente. Aquella mirada que muchas noches sólo le prodigó a él. Y su pelo negro. Y su vestido de gasa. Y el reloj diminuto en su muñeca. Y las piernas bien contorneadas que se adivinaban al traslúz. Y esa sonrisa que descubría la punta de unos dientes blancos. La amaba entera. Y lo mataba su ausencia. Y amaba aquella ausencia por venir de ella. Pero detestaba no haberla podido retener. No supo hacerlo. Ella tenía un mundo entero de miedos en su interior y él aún sabiéndolo, no pudo luchar contra eso. Por más que buscó en el baúl del desván, no encontró las armas precisas. Aún se pregunta, cómo un …
Este es mi lugar, dónde las letras cambian mi mundo y me daré por satisfecha si mientras lees, cambio el tuyo. Sé bienvenido.