Las palabras, hace semanas que están llenas de
silencios. Silencios que gritan en mi interior y retumban en las paredes. Que
condenado folio blanco, con su inmaculado color que tantas veces me mira y me
hiere. Y que maldita la pluma que no derrama ni una gota de tinta. Hasta el
tintero se secó. Ya no escribe sobre amores prohibidos, ni desamores. Ni sobre
la soledad que emerge una y otra vez. Tampoco escribe sobre amores con final
feliz ni sobre amores desgraciados. Se han secado los te amo y los te quiero.
Se le fue la tinta como sangre emanando de una herida abierta. He intentado
recogerla, pero lo único que he conseguido es poner todo perdido. Encima me
toca limpiar el desastre ocasionado. En mis manos, quedan las huellas de ese
tintero que tantas veces derrochó poemas en su nombre. A tu nombre. Que lo
mismo escribía a la vida que a la muerte. Muerto el tintero y rotos los hilos que
tantas letras unió en tardes como esta. El sol sigue entrando por mi ventana y
la luna sigue esperando su turno. Ahora no sé cómo escribir un te amo en su
espalda o una caricia en su cuello. Ni
como hacerle llegar el gemido aprisionado tras el silencio. Ni como contarle
las heridas que tiene mi alma o las cicatrices que las noches de vacíos infringe
a mi piel. Ya no hay letras que vistan las ausencias ni que declare su amor a
muerte. Me he convertido en la poetisa callada. En la escritora que no escribe.
Mi garganta es la tumba de las palabras que el tintero se guarda en su cruel
letanía de una muerte impuesta. Nada que
decir. Nada que escribir. Mi escritorio guarda con celo la sombra de lo que
ayer fue. Hoy ya no es. Se rompen en mil pedazos las palabras y se hacen añico
bajo mis pies. Los poemas quedan guardados en cajas de cartón. Las historias en
el desván. Las letras A de amor y T de tú, se han escondido tras el flexo y se
niegan a salir. La de C de corazón se metió dentro de mí, creo que es la única
que se ha compadecido y quiere vivir conmigo, mientras espera que el tintero
resucite y vuelva a volcar sus letritas. La E de espera está agazapada en la esquina
esperando a las demás. Y la Y
de yo…esa sinceramente no sé donde está.
Jugueteaba con la bastilla de su vestido, la agarraba, se la enrollaba entre los dedos para luego soltarla y alisarla con la mano con absoluta parsimonia.Llevaba rato haciendo lo mismo, sentada en su sillón con un mullido cojín en la espalda que hacía que su cuerpo se encorvara ligeramente hacia delante. De vez en cuando levantaba la cabeza y me miraba, entonces se ponía muy seria. Yo la miraba buscando en sus ojos algún sentimiento, algún pensamiento dicho en voz alta. Hacía tiempo que no hablaba más que alguna palabra suelta,sin sentido para mí aunque tal vez, con algún sentido para ella. No recuerdo el día en que su pelo se volvió tan blanco, ni de cuando su cara se surcó de arrugas, tampoco recuerdo cuando sus manos, antaño enérgicas y seguras se volvieron quebradizas e inseguras.Lo que sí recuerdo con total nitidez, es el día en que dejó de llamarme por mi nombre, recuerdo la primera vez que me miró y supe que me había convertido en una extraña para ella. Me echó al
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