Esa mujer
me gusta. Espero el momento preciso. Soy cazador furtivo y ella mi presa. La
conozco bien. Intenta controlarse, pero sé que no puede. Tengo una carta a mi
favor. Y la uso sin darle tiempo a reaccionar. Mi voz. Sé que el tono de mi
voz, la descontrola. Fierecilla domada, en cuestión de segundos. Le hablo y la
envuelvo. Me meto en su oído. Y hago viajar el sonido, hasta el mismo centro de
su alma. Me gusta también su alma. Siento como se para su pulso casi, en el
intento fallido de no caer rendida ante mí. Mujer, de batallas continuas. Le
gusta pelear, pero las armas que usa, son de papel frente a las mías. Hojarasca
seca entre mis manos. Es guerrera vencida, porque no le doy cuartel alguno. Y
me apodero con paso firme de su espacio. De su cama. De sus sábanas. Y de las
palabras que no le salen. Y me adueño de sus silencios delatores. Y mis manos
entrelazan las suyas, mientras me muevo dentro de ella y con ella. Y mi cuerpo,
aprieta fuerte ese cuerpo al que amo. La quiero. La deseo a morir. Y libro batallas
con el tiempo, para hacer eterno el
momento. Y su piel, es campo erizado a merced de mi piel. Y la convierto en compañera
de viaje, de mi propia respiración. Al unísono de la mía. Y me hago cazador de
cada uno de los movimientos de sus caderas. He de confesar, que no soy tan
implacable. Porque cuando oigo mi nombre, una y otra vez, asomado a las puertas
de sus gemidos…el guerrero vencido soy yo. Y arrojo cada una de mis armas, a
los pies de esa mujer, que me tiene cautiva hasta la última fibra del corazón.
Jugueteaba con la bastilla de su vestido, la agarraba, se la enrollaba entre los dedos para luego soltarla y alisarla con la mano con absoluta parsimonia.Llevaba rato haciendo lo mismo, sentada en su sillón con un mullido cojín en la espalda que hacía que su cuerpo se encorvara ligeramente hacia delante. De vez en cuando levantaba la cabeza y me miraba, entonces se ponía muy seria. Yo la miraba buscando en sus ojos algún sentimiento, algún pensamiento dicho en voz alta. Hacía tiempo que no hablaba más que alguna palabra suelta,sin sentido para mí aunque tal vez, con algún sentido para ella. No recuerdo el día en que su pelo se volvió tan blanco, ni de cuando su cara se surcó de arrugas, tampoco recuerdo cuando sus manos, antaño enérgicas y seguras se volvieron quebradizas e inseguras.Lo que sí recuerdo con total nitidez, es el día en que dejó de llamarme por mi nombre, recuerdo la primera vez que me miró y supe que me había convertido en una extraña para ella. Me echó al
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