Ir al contenido principal

Me llaman Erica

Susurran mi nombre a mis espaldas. Murmuran sobre mí. Es fácil hacer eso. Ya dicen que la lengua no tiene huesos pero es tan fuerte que puede romper un corazón. Que este no es el caso, debo decir. No me importa lo que piensen o digan de la vida que creen que llevo. Me llaman Erica, pero ese no es mi verdadero nombre. Me llamo Soledad. Creo que mi madre presagió que ese nombre me vendría bien. Soledad. Paso muchas horas con ella. Nos conocemos bien y nos respetamos mutuamente. Tiene un sitio de honor en el centro de mi alma.
 Mi madre me decía siempre que la gente está llena de prejuicios y de falsa moral. Que es más cómodo juzgar por las apariencias que molestarse en saber la verdad que se oculta tras las personas. De ella aprendí a que tienes que vivir la vida de aquellos que juzgas, aunque sólo sea por un día, para permitirte el lujo siquiera de opinar. La vida del mendigo que te cruzas en la esquina, la de la cajera de supermercado, la del ejecutivo de una gran empresa o la de la chica que limpia el portal al lado de tu casa. Yo soy para ellos Erica, la ramera que se vende por dinero. Comentan que es fácil hacer lo que hago. Y vivir cómo vivo.Que así cualquiera. Que el dinero que gano es cómodo y que así no cuesta trabajo. Nadie sabe de mi historia. Ni de mis por qué. Sólo conocen la portada. La fachada. Que digo yo que si es tan fácil, las invito a que ocupen mi lugar  por un día. Que tengan siempre buena cara, que nunca les duela la cabeza, que se calcen zapatos de quince centímetros, que siempre estén perfectas, que se traguen sus escrúpulos y que oculten la repugnancia que provocan muchos. Que siempre estén dispuestas y que se amueblen la cabeza en la misma medida que se maquillan hasta el corazón. Y que esperen a que el siguiente cliente, cómo mínimo sea amable. Y que cuando lleguen a su casa, después de toda una noche teniendo el estómago en la misma garganta, aún tengan cuerpo de sonreír y llevar a sus hijos al colegio. Jamás me enamoré. En mi mundo no hay principitos que rescaten a princesitas cómo yo. Al menos, yo no los veo ni los conocí jamás. Hubo sólo un hombre que consiguió engañarme. Creo que el día que lo conocí, debió de pillarme con las defensas bajas, porque en el mundo dónde me muevo no hay nadie fiable. Ni tu propia sombra. Así que tardé cero coma dos segundos, en darme cuenta  que lo que quería era una puta las veinticuatro horas del día. En exclusiva para él. Me decía que él me había comprado y que eso le daba derecho a venderle hasta mi alma. Pero se equivocaba. Cómo toda esas despreciables señoras de tres al cuarto que se perfuman con chanel. Las mismas que callan cuándo me ven aparecer en la peluquería o en la cola del super. Que se acuestan con todo ser viviente excepto con sus maridos, pero sin cobrar, claro. Ya el dinero lo pone el marido, que no el padre de sus hijos. ¿Captan?  Hay cosas que no tienen precio. Que no se venden. Yo he querido vender mi soledad...aún no encontré comprador.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Te llamaré Jota

Se levanta del sillón para alejarse de la soledad que está sentada enfrente. No la llamó y vino sin permiso para quedarse. La mira descarada y hasta parece que se ríe de ella. A su lado sentada está la tristeza, que la mira con esos ojos tan suyos. Se retan entre ellas a ver quién de las dos puede hacerle más daño. María sale y se sienta a la orilla de un mar que se imagina. Donde él vive no hay mar y por eso lo espera allí, sentada en la arena ahora fría mientras mira al horizonte. Se alejó de ella casi sin despedirse, sin darle tiempo a nada. Y la mata cada día con su ausencia. Ella lo llama a cada instante pero se volvió de granito y no la escucha. Se tapa los oídos porque no quiere escucharla. María lo esperará siempre aún consciente de que él jamás regresará. Y llora cada vez que piensa en él. Y suplica para que el dolor que siente en el corazón se le vaya. Y ruega en voz alta y en voz callada que la suelte. Que es su mano la que fuerte y

Se le olvidó mi nombre

Jugueteaba con la bastilla de su vestido, la agarraba, se la enrollaba entre los dedos para luego soltarla y alisarla con la mano con absoluta parsimonia.Llevaba rato haciendo lo mismo, sentada en su sillón con un mullido cojín en la espalda que hacía que su cuerpo se encorvara ligeramente hacia delante. De vez en cuando levantaba la cabeza y me miraba, entonces se ponía muy seria. Yo la miraba buscando en sus ojos algún sentimiento, algún pensamiento dicho en voz alta. Hacía tiempo que no hablaba más que alguna palabra suelta,sin sentido para mí aunque tal vez, con algún sentido para ella. No recuerdo el día en que su pelo se volvió tan blanco, ni de cuando su cara se surcó de arrugas, tampoco recuerdo cuando sus manos, antaño enérgicas y seguras se volvieron quebradizas e inseguras.Lo que sí recuerdo con total nitidez, es el día en que dejó de llamarme por mi nombre, recuerdo la primera vez que me miró y supe que me había convertido en una extraña para ella. Me echó al

La alianza y la copa

Ha guardado la alianza de matrimonio en una copa que tiene dentro de un mueble. La ha guardado a hurtadillas, como una ladrona. En su lugar se ha puesto un anillo de plata para tapar la marca que le dejó. También para no sentir ese vacío que le ha dejado en el dedo. Con el anillo guarda los restos de un matrimonio roto. Guarda los recuerdos de un amor que un día fue profundo e inmenso. Deja en aquella copa los restos de un amor que se fue yendo a la deriva poco a poco y acabó naufragando. No quedan rescoldos de aquel fuego que un día existió. Ni siquiera recuerda cuándo y qué viento apagó aquella hoguera. Juró amarlo siempre... pero la palabra siempre se ha convertido en demasiado tiempo. Incluso hay un árbol en algún lugar donde ella marcó sus nombres dentro de un corazón, donde ponía Amor Eterno. Lo mira y siente una culpabilidad que la desgarra por dentro, pero se mira al espejo y se repite una y mil veces que ella no es culpable. Es como coger una rosa y qued