Tengo el billete en la mano y el silbato del tren junto con la voz del megáfono, hacen que me apresure a subir. Vagón siete. Asiento A16 ventanilla. He quedado contigo y llevo en la maleta las ganas que te tengo y los te amo que te debo. También puse junto con mi ropa interior, los besos y abrazos que te dirán lo que hasta ahora he callado. A veces, las palabras no transmiten todo lo que me haces sentir. Miro el paisaje que más que pasar, vuela. El reloj marca las diez en punto. Dos horas y estaré junto a ti. Me muevo en el asiento. Estoy nerviosa. Las manos heladas y el corazón desbocado que siento en el pulso de mi garganta, son muestra de ello. En un suspiro pasa el tiempo y el tren se detiene en la estación dónde me esperas. Te veo venir. Me quedo parada en las escalerillas con la indecisión colgada de mis pies. Mientras te acercas, te miro y soy incapaz de que mi cuerpo reaccione y termine de bajar. Cuándo me miras licuas mi sangre. La siento hervir. Ya no siento el corazón, creo que se paró. Mi respiración se agita y hace que mi pecho suba y baje con intensidad. De una zancada llegas dónde estoy y cuándo pienso que me vas a ayudar con la maleta, tu cuerpo arremete contra el mio y me empujas dentro. Tus brazos son cadenas que me atan y me transportan por entre los asientos del vagón que segundos antes dejé. ¿ O fueron minutos?. No lo sé. No lo recuerdo. Tu boca se apodera de la mía con fuerza y tu lengua me deja fuera de combate. Sigues empujando, tu pecho contra el mio, una mano en mi cabeza y la otra en mi espalda. Abres la puerta del baño y me metes dentro. Cierras de un puntapié la puerta y me aprisionas entre el lavabo y tu cuerpo. Quiero hablar, pero tu boca no para. Tus manos transgreden hasta las normas más cabales y rompes mi camisa de un tirón certero. Oigo los botones saltar y chocar en ese minúsculo espacio. Tu lengua me quema la garganta, tu saliva deja un reguero de huellas húmedas por entre mis senos.Te haces marinero en el puerto de mi pelo y anclas allí tus amarras. Mis dedos viajan hacia el botón de tu vaquero y el sonido de la cremallera al bajar,se mezcla con el sonido de nuestros jadeos. Mi falda es poca barrera para ti y mi ropa interior se convierte en papel quemado cuándo me tocas. Mi pierna sobre tu cadera.Tu cuerpo ya no deja espacio entre los dos. Has dejado el aire fuera y me cuesta respirar. Entonces paras un instante, me miras a los ojos, me llamas por mi nombre y con la fuerza de un ciclón estás dentro de mi ser.Y te haces capitán de mis entrañas. El impacto hace que el lavabo se clave en mi espalda. Tus gemidos me llevan a la santa locura de tocar el cielo con las manos. Me agarro a tus hombros mientras tú no paras. Y me alzas de forma que mis piernas forman una arco que te rodean. Y sigo el ritmo de tus caderas mientras tus manos aprietan mis muslos, mi trasero, mi cintura. Coses a mi alma mi nombre entre gemidos encadenados. Y pego en tu interior los te amo que te debía. Los besos que llevaba en la maleta ahora están entre los vaivenes de nuestros cuerpos. Y me siento morir cuándo llego al éxtasis al compás de tu culminado clímax. Y quedan derramadas las ganas que te tenía entre tus brazos, tu boca y tu sexo. El aire se apiada de mí y regresa en formas de bocanadas frescas. Miro el reloj. Las diez en punto. Faltan dos horas y estaré junto a ti.
Se levanta del sillón para alejarse de la soledad que está sentada enfrente. No la llamó y vino sin permiso para quedarse. La mira descarada y hasta parece que se ríe de ella. A su lado sentada está la tristeza, que la mira con esos ojos tan suyos. Se retan entre ellas a ver quién de las dos puede hacerle más daño. María sale y se sienta a la orilla de un mar que se imagina. Donde él vive no hay mar y por eso lo espera allí, sentada en la arena ahora fría mientras mira al horizonte. Se alejó de ella casi sin despedirse, sin darle tiempo a nada. Y la mata cada día con su ausencia. Ella lo llama a cada instante pero se volvió de granito y no la escucha. Se tapa los oídos porque no quiere escucharla. María lo esperará siempre aún consciente de que él jamás regresará. Y llora cada vez que piensa en él. Y suplica para que el dolor que siente en el corazón se le vaya. Y ruega en voz alta y en voz callada que la suelte. Que es su mano la que fuerte y
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