En un descuido me lo ha robado. Ya merodeaba por aquí. Hace días que la veo. No tenía pinta de ladrona y me confié. Siempre fui mi confiado. Pero ha debido de usar guantes, porque no ha dejado la más mínima huella. He buscado en todos los lugares posibles. He mirado en cada recoveco, en los escondites más insospechados. He mirado detrás de la luna, en el color rojo del amanecer. En las gotas de lluvia que perduran en el césped del parque. He buscado detrás de las olas caprichosas que besan la arena. También he mirado en la arena. No sea que esté enterrado y no lo divise. Le he preguntado al tendero de la esquina, al vendedor de periódicos, por si hubiese salido en primera página.También he buscado en la guantera del coche, debajo de las alfombrillas. En el cenicero inmaculado porque no fumo. Hasta he deshojado una margarita y he recitado, lo tienes, no lo tienes. Le he preguntado al poeta, que ha mirado entre sus letras sin éxito y me ha dicho que le pregunte al viento. Cómo si el viento hablase. Es poeta, no se le puede pedir más. He mirado debajo de la mesa, por detrás del sofá, a ver si de casualidad se hubiese caído. Los sábados, cuándo hago limpieza encuentro cosas que no veo en toda la semana, pero nada. Ahí tampoco está. He buscado en la estación de tren. En el banco donde aguardo su llegada. Para ir al centro no suelo coger el coche. Ardúa la tarea de aparcar. He mirado en los raíles y hasta le he preguntado al revisor. He ido a la oficina de objetos perdidos y me han aconsejado que vaya a comisaría. Que lo denuncie. Y justo allí estaba. Mi corazón y la ladrona. La policía me ha dicho que si quiero denunciar. He negado con la cabeza. Me he acercado a la ladrona y le he susurrado al oído, porque tampoco era cuestión de armar un escándalo, "te lo regalo...si te vienes conmigo para siempre."
Jugueteaba con la bastilla de su vestido, la agarraba, se la enrollaba entre los dedos para luego soltarla y alisarla con la mano con absoluta parsimonia.Llevaba rato haciendo lo mismo, sentada en su sillón con un mullido cojín en la espalda que hacía que su cuerpo se encorvara ligeramente hacia delante. De vez en cuando levantaba la cabeza y me miraba, entonces se ponía muy seria. Yo la miraba buscando en sus ojos algún sentimiento, algún pensamiento dicho en voz alta. Hacía tiempo que no hablaba más que alguna palabra suelta,sin sentido para mí aunque tal vez, con algún sentido para ella. No recuerdo el día en que su pelo se volvió tan blanco, ni de cuando su cara se surcó de arrugas, tampoco recuerdo cuando sus manos, antaño enérgicas y seguras se volvieron quebradizas e inseguras.Lo que sí recuerdo con total nitidez, es el día en que dejó de llamarme por mi nombre, recuerdo la primera vez que me miró y supe que me había convertido en una extraña para ella. Me echó al
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