Cruzaba la esquina con el único pensamiento de que el despertador y la mañana se habían vuelto contra de él y llegaba tarde al trabajo. El café se le había derramado, las tostadas quemadas al cubo de la basura. El calentador no funcionaba y se tuvo que duchar con agua fría. Cuándo salió de casa, cerró de un portazo la impotencia y la rabia de haberse levantado con tan mal pie. A ver qué excusa daba, no quedaba bien decir que se había quedado dormido. En esas estaba cuándo chocó de bruces con ella. Libros desparramados, un bolso que volaba, el contenido del mismo desparramados aquí y allá, flores blancas esparcidas, una agenda, un bolígrafo, un móvil, dos cajas de leche, galletas, naranjas rodando, panecillos dejando huellas de migas por el suelo. Cómo en Hansel y Gretel. No supo por qué se le vino ese cuento a la cabeza. No tenía bastante con la mañana que llevaba y ahora esto. Justo tenía que ir a chocar con la chica ésta, que más bien parecía un puesto ambulante. Soltó un resoplido mirando todo aquél desastre y ella lo llamó estúpido. Encima! Mis flores. Has destrozado mis flores. Sólo le importaba las estúpidas flores. Cuando la miró para decirle que la culpa había sido de ella, que más bien parecía un tren de mercancía al andar y que dejara de llamarlo estúpido, no pudo. Las palabras murieron en su garganta y él murió en esos ojos. Nunca vió una mirada tan azul. Era cómo ver el mar. Y él acababa de morir ahogado. Ella no cesaba de llamarlo estúpido y reclamar sus flores. Eran tres rosas blancas. Pétalos deshojados a sus pies. Le dijo que él le repondría esas flores durante todos los días de su vida. Ella le respondió que aparte de estúpido, estaba loco. Sí, lo estaba. Lo acababa de descubrir. No sabía de dónde le había salido aquella cursilada. Cuándo terminó de recomponer todo aquello, y la chica volvió a parecer un puesto ambulante, se despidió con un torpe lo siento. Entonces y para su asombro, ella le anotó su dirección y le dijo que esperaba esas flores durante todos los días de su vida. Hoy, después de muchos años de haberse casado con ella...aún seguía enviándole flores a su buzón.
Se levanta del sillón para alejarse de la soledad que está sentada enfrente. No la llamó y vino sin permiso para quedarse. La mira descarada y hasta parece que se ríe de ella. A su lado sentada está la tristeza, que la mira con esos ojos tan suyos. Se retan entre ellas a ver quién de las dos puede hacerle más daño. María sale y se sienta a la orilla de un mar que se imagina. Donde él vive no hay mar y por eso lo espera allí, sentada en la arena ahora fría mientras mira al horizonte. Se alejó de ella casi sin despedirse, sin darle tiempo a nada. Y la mata cada día con su ausencia. Ella lo llama a cada instante pero se volvió de granito y no la escucha. Se tapa los oídos porque no quiere escucharla. María lo esperará siempre aún consciente de que él jamás regresará. Y llora cada vez que piensa en él. Y suplica para que el dolor que siente en el corazón se le vaya. Y ruega en voz alta y en voz callada que la suelte. Que es su mano la que fuerte y
Woow!! Entre morir ahogado en el mar de sus ojos... Y el aroma de las flores en el buzón, me quedo con la chica que me dio su dirección...
ResponderEliminarjajajajajajaja. Lógico!!!
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