Llevo tu recuerdo pegado en la piel. En el día, en las tardes y en las madrugadas. A cada rato, a cada instante te recuerdo. Ahora llueve y recordé que me falta hasta el paraguas ese que traíste aquel dia, cuándo nos conocimos. Me dijiste que era tu preferido, porque era muy grande y te gustaba su color. No olvidaste cogerlo cuándo cerraste la puerta de un portazo y dejaste tu juego de llaves en el mueble de la entrada. Supongo que tendrás más cepillos de dientes. Ese rojo de listas blancas aún sigue en el armarito del baño.
Se levanta del sillón para alejarse de la soledad que está sentada enfrente. No la llamó y vino sin permiso para quedarse. La mira descarada y hasta parece que se ríe de ella. A su lado sentada está la tristeza, que la mira con esos ojos tan suyos. Se retan entre ellas a ver quién de las dos puede hacerle más daño. María sale y se sienta a la orilla de un mar que se imagina. Donde él vive no hay mar y por eso lo espera allí, sentada en la arena ahora fría mientras mira al horizonte. Se alejó de ella casi sin despedirse, sin darle tiempo a nada. Y la mata cada día con su ausencia. Ella lo llama a cada instante pero se volvió de granito y no la escucha. Se tapa los oídos porque no quiere escucharla. María lo esperará siempre aún consciente de que él jamás regresará. Y llora cada vez que piensa en él. Y suplica para que el dolor que siente en el corazón se le vaya. Y ruega en voz alta y en voz callada que la suelte. Que es su mano la que fuerte y
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