Silencio. Tengo que guardar silencio. No poder expresar lo que siento. Verte y hablar de tonterías para no delatarme. Dejar que esto me mate por dentro. Y callarme que te quiero. Y callarte que me quieres. Y guardar los deseos en algún rincón del alma. Y quemarnos a fuego lento. Y tener que adivinar lo que en realidad sentimos, debajo de cada palabra. Y me duele la cabeza, porque hay demasiados pensamientos que no puedo gritar. Y me estallan dentro. Y los tengo en la punta de la lengua y cuando recuerdo que no puedo dejarlos salir, retornan de nuevo al centro de mi cerebro. Y duele, no sabes cómo y cuánto duele. Cada uno de ellos tienen un dolor distinto. Cada palabra callada me tortura. Cada beso que me guardo muere. Cada caricia que evito darte, va languideciendo en las yemas de mis dedos. Cada abrazo que perdemos perece a mitad de camino entre tu cuerpo y el mio. Y siento tu aliento en mi nuca y puedo sentir cómo te inventas las fuerzas, para no perder la voluntad. Y procuramos mantener el tipo. Porque todo nos está prohibido. Morimos de amor y pasión y aún así, procuramos mantenernos en pie e intentamos evitar mirar al suelo. Para no ver cómo nos vamos rompiendo poco a poco. Tú eres más fuerte que yo. O por lo menos, esa es mi percepción. Lo mismo, mueres más que yo, pero aguantas mejor la calma para que no muera yo.
Se levanta del sillón para alejarse de la soledad que está sentada enfrente. No la llamó y vino sin permiso para quedarse. La mira descarada y hasta parece que se ríe de ella. A su lado sentada está la tristeza, que la mira con esos ojos tan suyos. Se retan entre ellas a ver quién de las dos puede hacerle más daño. María sale y se sienta a la orilla de un mar que se imagina. Donde él vive no hay mar y por eso lo espera allí, sentada en la arena ahora fría mientras mira al horizonte. Se alejó de ella casi sin despedirse, sin darle tiempo a nada. Y la mata cada día con su ausencia. Ella lo llama a cada instante pero se volvió de granito y no la escucha. Se tapa los oídos porque no quiere escucharla. María lo esperará siempre aún consciente de que él jamás regresará. Y llora cada vez que piensa en él. Y suplica para que el dolor que siente en el corazón se le vaya. Y ruega en voz alta y en voz callada que la suelte. Que es su mano la que fuerte y
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