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Alas rotas ( segunda parte)


¿Hay alguien ahí???
Me obligue a mí misma a quedarme quieta por un momento, tenía que pensar. Las correas no me ayudaban mucho ya que siempre he sentido pavor a no poder moverme y esto me creaba una profunda ansiedad, pero tenía que  sosegarme, de otra forma no podría pensar con claridad.
Tenía que buscar una manera de soltarse de las malditas correas. Las miré estudiando un modo de liberarme, tenía las manos pegadas a cada lado de la cama, otra me sujetaba las caderas y otras me aprisionaban los tobillos.
¡Joder!, ¿cómo había llegado hasta allí?,¿que es lo qué me había llevado a esa situación?.No conseguía recordar nada, por más que buscara en mi mente, no lograba ... ¡espera un momento!. Con una brusquedad que casi me dolió recordé el día del parque, la bolsa tirada en el suelo, la cinta rosa, la policía...
¡Mi hija!, ¿dónde estaba mi hija?.
Escuché que la puerta se abría y giré la cabeza hacía allí. Hizo acto de presencia un señor con bata blanca, cuya estatura me hizo pensar que la habitación era muy pequeña para él. En la tarjeta que portaba pegada al bolsillo superior se podía leer Dr. Luján.
-¿Cómo se encuentra usted?
-¿Dónde está mi hija? ¿Sabe algo de mi hija?.Desapareció en el parque de la avenida central.
Las palabras me sonaron roncas, como si un tubo hubiese estado atravesando mi garganta y me hubieran hecho daño al extraérmelo. Me aclaré la garganta y continué.
-¿Por qué me tienen atada?
-Verá señora, cuando usted llegó aquí su estado era tal que nos obligó a tener que atarla, no podíamos controlarla con nada y por su propia seguridad tuvimos que ponerle estas correas.
-Vale, pero ahora estoy tranquila, desáteme por favor.
-Antes tendré que estar seguro de que no es un peligro que la desate.Para nosotros la seguridad es lo más importante, así que cuando la vea más restablecida no tendré inconveniente alguno en desatarla.Tiene usted que entenderlo.
Respiré muy hondo, aquel hijo de puta me tenía atada a una asquerosa cama, vestida con un mugriento camisón, yo me estaba muriendo por  saber qué es lo había pasado con mi hija y él quería ¿que yo lo entendiese???
Fingí una calma que estaba muy lejos de sentir, intuyendo que si le hablaba de una forma tranquila y coherente, quizás se pusiese de mi lado y lograra que me tomase en serio.
-Sólo quiero que me diga dónde está mi hija, por favor, conteste a esa pregunta.
-Escuche bien, Sofía, porque se llama Sofía ¿verdad?.
Asentí con la cabeza.
-Cuénteme lo que recuerde por favor.
De la manera más nítida posible relaté todo lo que había sucedido ese día, sentí que iba alzando la voz y la bajé para que no se diera cuenta de que estaba histérica y concluí diciéndole que al final de los acontecimientos, los recuerdos se volvían muy difusos y que lo siguiente que recordaba era haberme despertado en la cama de ese hospital.
-Bien Sofía, vayamos por partes y para ello necesito que sea usted fuerte.
Lo miré expectante, ¿Para que necesitaba que fuera fuerte?,¿que coño iba a decirme?
-Esto no es un hospital, está usted en una institución psiquiátrica.
-Pero... pero ¿por qué?,¿qué he hecho yo para que me encierren y me aten como si estuviera loca?
-Su estado cuando llegó aquí, era y perdone la expresión, de una persona totalmente desequilibrada.
-¿Sabe usted cuál fue el motivo que me llevó a ese estado que me comenta?
Tardó un poco en responder y pensé que estaba buscando las palabras adecuadas.
-Sofía... su mente no aceptó el hecho de tener que reconocer el cuerpo de su hija.
La sangre se me heló en las venas, sentí que me costaba respirar y ya no pude controlarme por más tiempo.
Empecé a gritar a la par que intentaba con fuertes embistes quitarme aquellas jodidas correas.
-¿Me está usted diciendo que mi hija está muerta?, ¿qué yo vi su cadáver?,¿por qué me hace esto???? ¡Eso es mentira!! ¡Maldito bastardo, mi hija no puede estar muerta!!!
Lo que vino después fue la visión de más batas blancas y la aguja de una inyección que se cernía sobre mí.
Leí unas iniciales en una de las batas mientras luchaban por hacerse conmigo. AR.
Alas rotas, pensé yo, así era como me sentía, como una mariposa pegada a un cuadro por un alfiler y con las alas rotas que me mantenían en mi cautiverio.
Luego le siguió la oscuridad... el silencio.

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